El próximo 2 de junio, México se encuentra en una coyuntura crítica que podría redefinir su panorama político y empresarial. Estas elecciones generales, que elegirán un nuevo presidente y miembros del Congreso, ocurren en un contexto tan candente como las temperaturas récord que han afectado a la Ciudad de México y otras regiones del país.
Los periodos electorales en México son comparables a las olas de calor intenso: imprevistos, agudos y capaces de transformar el entorno rápidamente. Con Claudia Sheinbaum, candidata del partido gobernante, y Xóchitl Gálvez, la opositora, presentando visiones completamente distintas, los sectores empresariales están en alerta.
Sheinbaum, quien propone continuar con las políticas actuales, mantiene una postura de intervención estatal que ha desalentado las inversiones privadas en áreas clave como petróleo, gas, servicios públicos y minería. Su plataforma sugiere una continuidad en las políticas restrictivas, perpetuando un ambiente donde la modernización y la inversión privada se ven limitadas. Este enfoque podría compararse a un calor sofocante que, sin cambios, amenaza con marchitar los brotes de inversión y crecimiento.
Por otro lado, Gálvez ofrece un panorama donde la intervención estatal se reduce, especialmente en el sector energético. Su plan es como una brisa refrescante, prometiendo revitalizar el ambiente de negocios mediante la apertura a la inversión privada y la flexibilización de las regulaciones mineras. Además, aboga por un entorno más favorable para la generación de energía y la explotación de recursos, lo que podría estimular un renacimiento económico en estas áreas.
Las elecciones no solo implican un cambio potencial en la dirección política, sino que también presentan una serie de oportunidades y desafíos económicos. El dinamismo resultante del “nearshoring” puede incrementar las perspectivas de crecimiento a mediano plazo, atrayendo inversión extranjera directa y fomentando un entorno de estabilidad macroeconómica respaldado por instituciones sólidas y una política monetaria prudente. Esta estabilidad actúa como un faro de confianza para las empresas nacionales.
Sin embargo, este panorama prometedor no está libre de obstáculos. Las presiones fiscales debido al aumento del gasto social y de pensiones, sumado a un limitado apetito por impuestos más altos, restringen los ingresos gubernamentales. La delicada situación financiera de Pemex, que requiere apoyo gubernamental continuo, y la posibilidad de un estancamiento político en el Congreso, podrían obstaculizar la implementación de una agenda política efectiva.
Diversas calificadoras internacionales han advertido sobre la posibilidad de una reducción en la calificación soberana de México, lo que podría resultar en la pérdida del grado de inversión. Este escenario se haría realidad si se observa un aumento significativo en la relación deuda pública bruta/PIB, producto de un deterioro fiscal o de un crecimiento económico más débil. Además, un deterioro estructural en la gobernanza que genere inestabilidad política o socave la formulación de políticas afectaría negativamente el clima empresarial.
Al igual que las altas temperaturas históricas, el ambiente electoral es igualmente inclemente e impredecible. Los apagones de electricidad que dejaron a varias entidades federativas sin luz durante la actual ola de calor sirven como una potente metáfora para los cortes de energía política que podrían derivarse de un Congreso dividido y una agenda política paralizada.
La encrucijada en la que se encuentra México exige una elección informada y consciente. Ciudadanos, empresarios e inversionistas deben sopesar cuidadosamente las implicaciones de sus decisiones. Como el calor intenso que obliga a buscar refugio, las políticas del próximo gobierno determinarán si México avanza hacia un clima empresarial acogedor o se queda atrapado en un sofocante estancamiento.