El operativo que ordenó la presidenta Sheinbaum en el Estado de México podría ser un valioso primer paso para recuperar el país que hemos ido perdiendo.
Apuntó al corazón del problema: la simbiosis entre autoridades y grupos criminales, sin importar el color político que vistan los funcionarios públicos.
Barrió parejo y es necesario que esta acción encuentre el respaldo de la sociedad que quiere vivir en razonable paz, a fin de que no se quede en un intento.
Si es el comienzo de una tarea pensada con el objeto de liberar a la población de las extorsiones y separar al poder político del poder de los grupos criminales, no será fácil ni de corto tiempo.
Lo que vimos en Amanalco, Tonatico, Ixtapaluca, Tejupilco, Naucalpan, Jilotzingo, Chicoloapan, Coacalco, Acambay, Santo Tomás y otros municipios es un buen primer paso que medirá, entre otras cosas, la respuesta social a una decisión política de la Presidenta.
Ojalá la tenga, sin más reservas que los límites que marca la ley.
Entre los principales obstáculos que deberá sortear Sheinbaum en la tarea de separar al poder político del poder criminal estarán las resistencias dentro de su propio partido.
Aún no tiene las riendas de Morena como para emprender una tarea de esa envergadura, y sin embargo la comenzó.
Es que Morena es el narco.
Sin duda no todos sus miembros, tampoco la mayoría de sus dirigentes, sino la estructura del partido gobernante en diversos estados de la República es una simbiosis con el narco y sus cárteles nacionales y regionales.
Los apoyos orgánicos de Morena son, además de la maquinaria gubernamental, el narco y sus pandillas organizadas.
Hay gente honesta y bien intencionada en el gobierno y en la coalición gobernante. La pregunta que se deben estar haciendo en el sector no contaminado del gobierno federal es ¿qué hacen en el partido del narco?
Sheinbaum dio un paso valiente y altamente arriesgado, porque en Morena es donde más intereses va a afectar, si la tarea va en serio.
Siguen en Morena los que metieron a un narco a la Cámara de Diputados escondido en la cajuela de un coche para darle fuero y que huyera.
Hace unas semanas la Presidenta le marcó distancia de manera ostensible al gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha Moya, y él supo muy bien qué hacer y adónde dirigirse.
Rocha acudió por respaldo a la Cámara de Diputados, donde fue recibido con abrazos y selfies por los diputados de Morena.
El poderío del narco se salió de madre por el compadrazgo con el gobierno de López Obrador.
Lo que empezó como tolerancia terminó en un amasijo indisociable en no pocos estados entre Morena y los cárteles de las drogas y la extorsión, grandes, medianos y pequeños.
La inseguridad y el crimen, en las dimensiones que se ven, son el resultado de un partido gobernante asociado al narco.
O como me dijo hace años un ilustre colombiano, fallecido en México, cuando le pregunté si las FARC estaban aliadas al narco. “No, no están aliados. Las FARC son el narco”, contestó.
¿Morena no es el narco? Vean Sinaloa, Guerrero, Michoacán, Tamaulipas, Chiapas, Tabasco, y cómo han contaminado a estados vecinos.
No volverá la paz a México mientras no se disocie al partido gobernante del narco. Es una obviedad.
Cómo hará la Presidenta para recuperar el país sin perder al partido, es asunto suyo.
Lo que importa es que el Estado recupere el monopolio del uso de la fuerza, porque no lo tiene.
Ese monopolio sí es indispensable, y no los elefantes reumáticos donde el gobierno tira el dinero de la gente.
Frenar y someter al narco es un asunto de supervivencia. Asociarse con algunas de sus poderosas facciones es veneno para el país.
El pasado gobierno tomó partido por el Cártel de Sinaloa, y los resultados están a la vista.
Cuando Los Chapitos acusaron al Mayo Zambada de haber traicionado a su padre, le tendieron una trampa –con el gobernador Rocha Moya en el centro del operativo–. Lo amarraron y lo entregaron a Estados Unidos.
Empezó la guerra al interior del cártel y se derrumbó la pax narca construida por Morena en Sinaloa.
Los gobernantes en ese estado quedaron atrapados en sus complicidades. Y Rubén Rocha Moya, que ganó su elección a punta de pistola y secuestros al por mayor, sigue y seguirá en el cargo mientras la argamasa político-delictiva que es Morena sea más fuerte que la voluntad de la Presidenta.
Claudia Sheinbaum dio un paso importante en el Estado de México y no debe detenerse. En ese tren vamos todos. O casi todos.