Cómo la Ciudad de México evitó una crisis hídrica extrema

A principios de este año, cuando una grave sequía azotó el Valle de México, los medios de comunicación iniciaron una cuenta regresiva para el colapso total de los sistemas de abastecimiento de agua. Los embalses a más de 100 kilómetros de la Ciudad de México estaban en niveles peligrosamente bajos y algunas áreas ya enfrentaban una escasez aguda. Pipas de agua recorrían las avenidas residenciales para paliar la emergencia.

Sin lluvias, el “Día Cero” llegaría teóricamente en junio. Pero ese temor de urbanistas, políticos, residentes y académicos nunca se hizo realidad. ¿Cómo evitó el desastre una de las ciudades más grandes del mundo?

Lo que salvó a los 22 millones de habitantes del área metropolitana de la crisis hídrica fue una combinación de lluvias oportunas, presión política urgente y reservas subterráneas que ayudaron a la ciudad a superar lo peor. La prolongada crisis catapultó la deteriorada infraestructura de la región a las pantallas de televisión y las portadas de los periódicos, lo que llevó a los chilangos a preguntarse si los años de abandono e indiferencia de los políticos cambiarían.

“El modelo de gestión del agua en la Ciudad de México está dejando de funcionar tal cual como se diseñó, y es muy importante que pensemos en soluciones a largo plazo”, refirió Rodrigo Gutiérrez Rivas, investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, especialista en derecho constitucional y derecho humano al agua.

“Los problemas del agua se convirtieron en uno de los principales temas discutidos durante la campaña electoral. Habiendo ganado las elecciones con amplio margen, el gobierno de la CDMX tiene la gran oportunidad de transformar el modelo de gestión”, añadió.

Ninguna autoridad dijo realmente que la ciudad se secaría por completo. Pero era lo que se deducía tras leer titulares como “Estamos a 92 días del día cero”. Una fuente clave de abasto, el Sistema Cutzamala, estaba, de hecho, al borde de un problema serio. Esa red de presas, canales y túneles suministra una cuarta parte del agua de la ciudad, y si dejaba de funcionar, millones de personas resultarían afectadas. Las autoridades optaron por tomar menos agua de ese sistema para no sobreexplotarlo, pero eso provocó más escasez en algunas zonas.

El agua en la política

En otra esfera, la sequía jugó a favor de los políticos que buscaban desbancar al partido gobernante en las elecciones de junio. La inusual falta de agua en barrios ricos atrajo la atención de quienes competían por la jefatura de gobierno y las alcaldías en una ciudad políticamente dividida. En la avenida Presidente Masaryk, uno de los bulevares más lujosos de América Latina, un periódico señaló que incluso la tienda Louis Vuitton sufría desabasto de agua.

El agua que sí llegaba por los grifos a menudo era turbia. Durante un debate televisado, el candidato a jefe de gobierno Santiago Taboada mostró frascos de agua amarilla de varias delegaciones. “Aquí te presento el agua de Iztapalapa: contaminada; el agua de Benito Juárez: contaminada; el agua de Tláhuac: contaminada; el agua de Xochimilco, aquí está”, describió. Luego invitó a su rival Clara Brugada –ahora la jefa de gobierno– a bañarse en esa agua.

Visto en retrospectiva, era algo inesperado para una ciudad que las personas indígenas construyeron en un valle de cinco lagos hace unos 700 años. En el siglo XIX, se podía ir en canoa al mercado del centro de la Ciudad de México. Pero a medida que la conurbación se expandió y modernizó, los lagos se drenaron, los manantiales de agua dulce se entubaron y cada vez más agua de lluvia se perdía por las superficies de concreto y asfalto.

El acuífero debajo de la metrópolis se había agotado más rápido de lo que podía recargarse con las lluvias, empeorando el problema de hundimiento que fractura las tuberías. Las fugas son tan endémicas que el Sistema de Aguas de la Ciudad de México estima que las pérdidas son cercanas al 32 por ciento del caudal. Todo llegó a su punto crítico con la peor sequía en más de una década. El calor abrasador, la poca lluvia y el fenómeno meteorológico conocido como El Niño se combinaron para estresar cada punto de presión en la red de agua.

“No pueden tener agua día y noche, día y noche. Porque es un recurso que ya vemos que no es infinito”, dijo Juan Manuel González, especialista en respuesta a emergencias de la Comisión Nacional del Agua, en alusión a los tandeos.

La ciudad entró en acción a finales de 2023. Las autoridades desazolvaron pozos para mejorar su eficiencia, recomendaron acortar las duchas y reciclar el agua de la ropa para los pisos.

En algunos vecindarios, el gobierno surtió agua en pipas. En enero, decretó que la ciudad subsidiaría los recibos del agua en algunas zonas para sosegar a los residentes que enfrentaban escasez, con la salvedad de que deberían desistirse de acciones legales contra el gobierno.

El jefe de gobierno en ese entonces, Martí Batres, hizo un llamado a la conservación, instando a la población a abstenerse de cosas como regar campos de golf o lavar automóviles, al mismo tiempo que tachó a los agoreros de farsantes que buscan captar votos. “No hay Día Cero, porque la Ciudad de México tiene una diversificación, tiene una diversidad de fuentes, en la propia ciudad y otras fuentes que existen en otros lugares fuera de la Ciudad de México”, declaró en febrero.

Yolanda Mendoza, que trabajaba a tiempo parcial en una escuela Montessori, instó a los residentes del Barrio del Niño Jesús a bloquear una importante avenida que bordea su colonia más de una docena de veces después de que los grifos se secaron en noviembre. Mendoza estaba impactada de que también padecieran apuros de agua tan cerca del Museo Frida Kahlo (a solo 10 minutos en auto) y la Cineteca Nacional (a 15 minutos de distancia).

“No podías salir a trabajar a la hora que querías porque tenías que esperar a que llegara la pipa. Y luego, si la pipa no venía, perdías ese día, no podías ir aseado a tu trabajo. No podías hacer de comer ni lavar todos los utensilios”, relata. “Tiene que ver con una distribución discriminadora, elitista, clasista, que incluso un día hablando con el gerente del sistema de aguas, le decía yo que el agua se repartía como por calidades de ciudadanos”.

En un año normal, el 21 por ciento de todos los moradores de la Ciudad de México con agua entubada en su vivienda o en el terreno donde se ubica reciben agua solo entre uno y tres días a la semana o menos, según datos del gobierno. Y el 80 por ciento de los residentes de bajos ingresos conectados al sistema municipal no reciben agua a diario, sino por tandeo, según un informe del BBVA. Pero Mendoza nunca imaginó que sería parte de ese grupo demográfico en una zona donde el agua siempre había sido abundante.

El Barrio del Niño Jesús se construyó alrededor de una iglesia del siglo XVI y, cuando era niña, Mendoza acarreaba agua de grifos conectados a manantiales naturales. Los residentes ahora batallaban para llenar los tinacos con largas mangueras de las pipas. La nieta de 4 años de Mendoza sufría diarrea, mientras que los vecinos presentaban infecciones de la piel. El agua de las pipas a veces tenía restos de poliestireno flotando y desprendía un olor pútrido.

El propio Batres aceptó reunirse con ella y prometió al barrio su propio pozo de agua. Ella lo vio como un héroe, pero otros residentes se sintieron traicionados después de haber sido ignorados por las autoridades durante tanto tiempo.

No fueron los únicos. En marzo, vecinos de la alcaldía Benito Juárez comenzaron a notar un olor a gasolina en el agua y bloquearon la Avenida de los Insurgentes en protesta. Los análisis posteriores mostraron que había aceite o lubricante contaminando un pozo. Batres prometió una operación de limpieza y el gobierno envió a las fuerzas armadas para repartir bidones de 20 litros de agua.

La crisis se transmitió por televisión y radio. Jaime Isael Mata, alcalde de Benito Juárez de filiación panista, acusó a Batres y a su gobierno de mentir. La escasez estaba afectando a las zonas de mayores ingresos del centro y el oeste de la ciudad, normalmente inmunes a este tipo de problemas. Un periodista bromeó especulando que el jefe de gobierno no estaba respondiendo a las quejas de los residentes porque los consideraba “fifís”. Batres dijo que su gobierno había gastado 887 millones de pesos en obras hidráulicas y había recuperado 2 mil litros de agua al segundo para responder a la crisis, pero su oficina no respondió a preguntas adicionales de Bloomberg News sobre la calidad del suministro.

La Ciudad de México parecía estar siguiendo el mismo camino que Ciudad del Cabo, que en 2018 enfrentó su propia cuenta regresiva hacia el Día Cero. La urbe sudafricana evitó por poco la mayor crisis hídrica municipal inducida por sequía en la historia moderna al limitar el uso de agua por persona y prohibir el riego de jardines y el llenado de albercas, medidas que, en conjunto, redujeron el uso de agua en un 30 por ciento. Una distinción clave entre las crisis fue que los habitantes de la Ciudad de México estaban dando la alarma incluso cuando los funcionarios del gobierno insistían en que todo estaba bien bajo su plan, mientras se enfrentaban con los medios y la presión política que les obligaba a responder con más urgencia. “No es el caso de Ciudad del Cabo donde el mensaje del día cero surgió directamente del gobierno para llamar la atención”, puntualizó Jorge Arriaga Medina, coordinador ejecutivo de la Red del Agua UNAM. “El problema acá es que esto fue una cosa que generaron los medios y que el gobierno no pudo contener ese mensaje.”

Arriaga estima que renovar adecuadamente el sistema de agua costará 97 mil millones de pesos adicionales a lo ya invertido regularmente en el sistema hídrico de aquí a 2040.

El fin de la sequía y otros daños

La sequía terminó en junio, cuando los cielos se abrieron y finalmente inundaron la Ciudad de México y sus alrededores. Las fuertes lluvias llenaron las presas a más del 50 por ciento de su capacidad, una recuperación notable. Pero también provocaron deslizamientos de tierra devastadores. Chalco, un municipio en las afueras de la capital, fue uno de los más afectados porque se encuentra en una zona baja que alguna vez fue un lago. Fernando Vite rescató a su madre de 80 años de las aguas negras invadieron su hogar, anegando por igual las máquinas de su negocio de impresión, colchones, electrodomésticos, muebles, ropa y el jardín de flores de su madre.

“Todo el sacrificio de años para que en unos cuantos días se fuera a la basura”, se lamentó. “Va a llevar un proceso largo para volvernos a levantar y, más que nada, dinero”.

Vite instaló a su madre en un refugio y regresó a casa para resguardarla del saqueo, durmiendo en un catre. La Guardia Nacional y el ejército esparcieron cal en polvo para prevenir enfermedades. Aunque Chalco se inunda con frecuencia, Vite se pregunta por qué las autoridades tardaron semanas en limpiar la zona de lodo y agua contaminada.

Parte de lo que resolvería los problemas del valle, sostienen algunos, es acabar con la dependencia de las fuentes de agua de lugares lejanos y, en su lugar, tratar de rehabilitar las fuentes locales. Una idea implicaría reconstruir lagos urbanos. Otra sugiere que los bosques fuera de la ciudad deberían protegerse de la expansión urbana. El gobierno ha invertido más de 30 mil millones de pesos en la restauración de un parque ecológico en Texcoco. En los últimos años, las escuelas han sido equipadas con dispositivos para captación de agua de lluvia, basándose en una iniciativa emprendida por grupos sin fines de lucro.

El sector privado también está contribuyendo desde su lugar. El gigante de los detergentes Procter & Gamble Co. se comprometió a ayudar a reponer el suministro de agua del valle con el equivalente a lo que consumen las plantas de la empresa y sus consumidores. Elena Burns, exsubdirectora de Conagua, ha argumentado que las autoridades responsables de la gestión del agua deberían cobrar más para tener recursos para abordar los problemas del sistema. Y los funcionarios también deben dedicar su atención a tareas como reparar tuberías con fugas, evitar el robo de agua e invertir en áreas verdes para prevenir inundaciones, agregó.

Ante la expansión urbana, “las personas en situación de pobreza se ven en la necesidad de buscar en la periferia de la ciudad suelo barato, lo que se traduce en la pavimentación del suelo de recarga”, dijo Gutiérrez. “Las soluciones no son sencillas, hay que avanzar a la vez resolviendo los problemas de vivienda y de agua para reconstruir una ciudad que sea para todos y todas y no sólo para los más ricos”.

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