Tras el atentado esta semana contra el primer ministro eslovaco, Robert Fico, tal vez seamos muchos los que hemos intentado no pensar en 1914: y seguro que somos muchos los que no lo hemos conseguido. Un atentado en un país centroeuropeo, llevado a cabo por un individuo radicalizado, consecuencia de una realidad polarizada y tensa: sí, definitivamente lo hemos visto antes. Así, con el asesinato de un hombre importante en un momento de volubilidad alta, con los fantasmas de la violencia entre naciones flotando en el ambiente, estalló en Sarajevo la guerra que desde entonces ha definido nuestra vida. La Gran Guerra, la llamamos en un primer momento, cuando no sabíamos que vendría una más grande; y entonces hubo que llamarla Primera, dar constancia de la Segunda y dedicarnos a tener miedo de la Tercera. En su momento también la llamamos ―o la llamaron otros: los que la hacían― la “guerra para terminar todas las guerras”, lo cual hoy tiene que ser una de las grandes ironías de la historia moderna: pues esa guerra, lejos de terminar con las demás, las produjo casi todas.
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