La serie Breaking Bad llegó ayer a la mañanera cuando la presidenta Claudia Sheinbaum intentó esquivar el cuestionamiento que se le hizo por un reportaje de The New York Times, que exhibe el reclutamiento criminal en Sinaloa de estudiantes de química.
Sheinbaum dijo que esa serie hace apología de quienes cocinan drogas sintéticas. Es su valoración de un producto cultural y, como tal, respetable. Los reportajes, si la información que presentan es sólida, escapan a valoraciones subjetivas. Gusten o no, denuncian algo real.
El del Times dice que grupos criminales han incursionado en universidades para reclutar estudiantes de química a fin de hacer drogas sintéticas más potentes o, incluso, desarrollar localmente precursores para no depender de importaciones chinas.
No es la primera vez que un medio expone cómo los narcos mexicanos no son necesariamente unos rústicos sombrerudos, propensos a morirse a lo menso, que sólo imponen su reinado gracias a que les sobran dinero y hombres que usan de carne de cañón.
Por cierto, en la serie Breaking Bad, en términos generales y sin spoilear, nuestros paisanos en “malos pasos” son, digamos, como el estereotipo al que recurren otras series, esa mala imagen que tanto ha explotado, exagerándola aún más, el propio Donald Trump.
En cambio, el reportaje del Times es uno más de los que con múltiples testimonios describe cómo grupos criminales buscan profesionalizar sus operaciones, y no sólo de desarrollo de drogas, sino de esquemas financieros para lavado de dinero, para telecomunicaciones, etcétera.
El reportaje está fechado en Culiacán, la capital del estado que tiene un gobernador que se niega a dejar el sitio a alguien que sí pueda con ese paquete llamado gobernar.
A diferencia de Breaking Bad, el reportaje no tiene nada de entretenido. Es un crudísimo relato de criminales que ven a jóvenes como mero instrumento, como un activo para llegar a sus metas, como el recurso necesario, y desechable, para dominar un mercado.
Sinaloa lleva 12 semanas en guerra. Los bandos confrontados son conocidos. Y el activador de esta sangrienta escalada, también. Si acaso la novedad de esta historia, que servirá para varias series, es un gobernador “como” de los tiempos del PRI.
En contraparte, está la sociedad. Inerme. Frustrada. Temerosa y cautiva. Sinaloenses que se juegan la vida para hacer las cosas más elementales: ir a la escuela, asistir al trabajo, salir por víveres, transitar para distraerse o de plano mudar a su familia.
Esa misma sociedad ha escuchado, y vive con el temor de ser la siguiente familia que lo padece, historias de que hay leva.
Testimonios de cómo en sus pueblos y barrios, los criminales han intensificado la búsqueda de jóvenes y de profesionales de varios giros, para seguir su fraticida guerra. A veces, esa invitación es amable, dicen, pero ¿puede haber amabilidad a punta de fusil?
Sin líderes, Sinaloa vive su peor crisis. Rubén Rocha es una broma cruel, un chiste viviente, con costo al erario, que dice que todo está bien. Pero ¿será el único líder sinaloense pasivo?
El Times retrató una realidad que va más allá de este conflicto. Pero que, justamente, apunta al meollo del asunto. El negocio es enorme, y si para ello los criminales reclutan un gobernador o estudiantes de química, todo eso es barato: les sobra dinero e impunidad.
Si al gobierno prefiere series que sólo hablan de juanescutias o adelitas, cada quien. Pero no se metan con Breaking Bad; métanse mejor a Sinaloa, donde el padecimiento de la gente es real, grave, continuado y nada ficticio.
Salven primero a los jóvenes, y luego al gobernador.