Cuando Donald Trump cambió en los últimos mítines de su campaña God Bless the USA, la balada patriótica con la que lleva años entrando en escena, por la sombría canción con la que The Undertaker solía subir al ring vestido vestido de enterrador con sombrero, la pregunta fue inevitable: ¿qué quería decirnos el candidato con la combinación de esa música ominosa y el tono cada vez más oscuro y revanchista de su discurso? El motivo, como de costumbre en él, era estrictamente personal: Trump ha mantenido una larga historia de amor con el extravagante mundo de la lucha libre profesional (wrestling). Un mundo en el que veneran a The Undertaker como a una leyenda.
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