Más de 9,000 kilómetros separan a México de Alemania, pero cuando se trata del respaldo que cada país brinda a la educación técnica (nivel 5), la brecha incrementa. Los expertos llaman a desestigmatizar la potencial respuesta para los profesionistas del mañana y para las empresas que quieren cubrir sus necesidades.
Mientras que en la nación europea un profesional técnico recibe un sueldo de entre 2,500 y 5,000 dólares mensuales, en el país prevalece la idea romántica de colgar los títulos de licenciados en Derecho o alguna profesión liberal de épocas pasadas, sostiene Luis Antonio Mata Zúñiga, parte del Instituto de Investigaciones para el Desarrollo de la Educación (INIDE) en la Universidad Iberoamericana, campus Ciudad de México.
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“Tenemos un problema por cómo se concibe la educación técnica, y eso viene desde el siglo XIX; ser alguien en la vida significaba ser universitario. Esto nos ha dejado claro la poca viabilidad que supone generar un propósito de trayectorias distintas. Además, dada la segmentación de la oferta y la masificación de la demanda, hay opciones de educación superior muy por debajo de las posibilidades y futuros que podrían ofrecer las formaciones técnicas”, enfatiza el especialista.
María de Lourdes López Gutiérrez, de la Facultad Mexicana de Arquitectura, Diseño y Comunicación en la Universidad La Salle, dice que México no ha sabido explotar este tipo de formación.
Tampoco lo ha hecho con el talento (en ocasiones se diluye ante la idea de estar en desventaja frente a un licenciado o un ingeniero).
“‘Vete a una carrera técnica’ suena como si no sirvieras para la universidad, y eso no es cierto. Se trata de un estigma mal entendido en nuestro país (…) Es un problema de valoración social y un gran reto para la educación.
“Sistemas como el del Colegio Nacional de Educación Profesional Técnica (Conalep) tienen carreras con gente muy especializada en ciertos temas, como aparatos para óptica o hasta aviación. Esos estudiantes se los pelea el mercado; el problema es que los sueldos no son altos y sus expectativas de crecimiento son bajas”, señala.
De hecho, agrega Mata Zúñiga, las carreras técnicas a nivel medio superior representan el nivel máximo de escolaridad para el 2% de las personas entre 15 y 29 años, es decir, “es una opción muy poco deseada por nuestros jóvenes, aunque esto cambia regionalmente. Por ejemplo, en el norte o en el Bajío, para muchos chicos vinculados al sector manufacturero, ingresar al Conalep es una bendición porque les está casi asegurando un espacio de desarrollo laboral rápido a su egreso”.
Diamante en bruto
En media superior, hay un archipiélago de más de 30 instituciones, las cuales se dividen en varias opciones educativas. No obstante, la situación actual es lamentable, pues no ha habido un impulso por parte del gobierno pasado a propósito de la formación para el trabajo, comenta Mata Zúñiga.
“Máxime en el marco de un programa con recursos como Jóvenes Construyendo el Futuro, en el que no hubo vinculación mediante la Dirección General de Centros de Formación para el Trabajo”, acota el especialista adscrito al Seminario de Investigación en Juventud de la UNAM.
Ante tal panorama, sobresale la apuesta de las instituciones de educación técnica: ofrecer una formación especializada, focalizada y práctica para empleos muy concretos, los cuales son claves en sectores como el manufacturero, de tecnología, de salud y de la construcción. “Esto orienta hacia la generación de profesionistas listos para ingresar directamente y llevar a cabo estos roles”, apunta.
Esta alternativa, complementa López Gutiérrez, “brindaría a mucha más gente la oportunidad de obtener trabajos dignos, de desarrollar habilidades y de insertarse en un mercado de trabajo que no necesariamente requiere de profesionistas. No por nada, algunas universidades proponen salidas laterales en las que entras a una carrera y, al año y medio, te dan un diploma que te habilita para el trabajo. Pero es algo incipiente”.
Enrique Pieck Gochicoa, investigador honorario del Instituto de Investigaciones para el Desarrollo de la Educación de la Ibero, precisa que en el país existe un modelo dual, el cual se está innovando desde hace varios años con miras a proponer nuevas formas de abordar la problemática entre la educación y el trabajo. “Hay una imbricación total a lo largo de los estudios, con las prácticas del joven en la industria y la parte académica. Lo vivimos cuando hicimos una investigación en Ciudad Juárez: los chavos se incorporan en la industria como aprendices y es parte de sus materias. Creo que es una de las fórmulas ideales para articular las necesidades del mundo productivo y de servicios”, dice el también doctor en Sociología de la Educación.
Mata Zúñiga añade que las formaciones en bachillerato general deberían incluir formación técnica mediante un conjunto de materias para dotar a los alumnos de un saber práctico para diferentes propósitos. “Trabajen o no con ese conocimiento, lo sabrán ejecutar, como ocurre en otros países. Aparte de rentable, sería interesante”.
Motivar a los jóvenes, el otro pendiente
Aunado a los señalamientos culturales y al rumbo incierto para amalgamar la preparación académica con las necesidades de las compañías (75% de ellas acusa una escasez de talento a nivel nacional, de acuerdo con la décima edición de Compara Carreras, del Instituto Mexicano para la Competitividad), surge otro relevante desafío: despertar el interés de las nuevas generaciones.
“Los jóvenes no se ven motivados por la malla curricular de muchos bachilleratos. Es necesario que incorporen un componente de formación para el trabajo, con diferentes espacios productivos. Seguimos con una importante tasa de abandono que nos lleva a preguntarnos qué no están viendo en la currícula de estas alternativas de formación.
“Por ejemplo, en Jóvenes Construyendo el Futuro, las investigaciones nos hablan de la importancia de la fórmula planteada, con una estancia en las empresas durante 12 meses. Los estudiantes, naturalmente, salen muy motivados de esta primera inserción en los centros de trabajo y con un refuerzo formativo”, puntualiza Pieck Gochicoa.
No obstante, no todo se puede recargar a estas experiencias en campo, y ahí es donde aparece un reto adicional: “Las consideraciones en torno a la descarga, evaluación, preparación, actualización y reformas curriculares a contentillo de cada nueva administración resultan un galimatías imposible para los docentes”, lamenta Mata Zúñiga.
Por eso, más allá de la transformación curricular y la generación de libros, expone la necesidad de alentar una transformación del docente, de sus condiciones y de las posibilidades de este para que “en realidad sea un transformador en la vida y trayectoria educativa laboral de sus alumnos. Ahí sí tenemos un rezago igual o peor en comparación con el que hay en términos de infraestructura y actualización curricular”.
Por último, Pieck Gochicoa expresa que también están adquiriendo protagonismo las habilidades socioemocionales y sociolaborales, por lo cual los empleadores ya no se fijan solamente en las habilidades técnicas. Cubrir estas inquietudes emergentes se convertirá en otro ingrediente clave para ayudar a la mejor integración de los chicos en su primer empleo desde un enfoque integral y a la medida de las demandas del mercado.
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Author: Daniela Payán Escobar