La vida empresarial está llena de conversaciones. Las hay planeadas. Necesarias. Ritualistas. Incómodas. Comerciales. De reporte y más. Pero de todas las que podamos pensar, las que no dejan de sorprenderme son las espontáneas.
Pareciera que sólo emergen. No tienen un comienzo pactado, ni tema predefinido. En su esencia, entre conocidos o desconocidos, fluye con comienzos casuales que parten de la coincidencia contextual y la disposición emocional de dos o más personas.
En su definición más simple, conversar es hablar intencionadamente con otra u otras personas. Y no se limita a interactuar en monosílabos o responder una pregunta, sino a legítimamente intercambiar pensamientos o reflexiones sobre un tema, circunstancia, sujeto o acontecimiento. Y resulta espontáneo, cuando no se cultiva, es voluntario y de impulso propio.
¿Cómo maximizar los momentos en los que la vida organizacional nos pone en conversaciones espontáneas? Aquí tres puntos para la reflexión:
1) Registra el momento de familiaridad.- Puede derivar de un compás de espera conjunto o un momento de desesperación compartido. Puede detonarlo la convergencia en un espacio inusual o simplemente la casuística de una fila. Pero bastará un pequeño comentario de entrada para que la interacción alternada fluya.
No importa cuál sea el detonador de esa conversación, lo que resulta necesario es detectarlo para no alterar el burbujeo circunstancial de tal intercambio verbal. Es el momento más frágil de una conversación espontánea que, si no se advierte y se mantiene, se tornará rígida en instantes.
2) Departe tan cortés como equilibradamente.- Especialmente si identificas una relación asimétrica o de autoridad. Haya sido como haya sido la apertura a ese diálogo, viene una decisión inmediata sobre el cuerpo de la plática. ¿La queremos dejar por encimita o aprovecharemos para conocer mejor al interlocutor y sus áreas de dominio?
Una conversación tiene el atributo de ser un intercambio de puntos de vista o una discusión sobre un tema –banal o profundo– pero que abre la posibilidad de conocer perspectivas, intereses, valores, temores y más.
3) La espontaneidad no elimina un cierre intencionado.- Dejar que el tema se agote y derive en silencio prolongado e incómodo, es veneno puro para una conversación espontánea memorable. Cuando el momento se sienta terminando es recomendable establecer un cierre explícito.
“¡Qué gusto coincidir con ustedes! Me retiro a responder unos asuntos”. Lo relevante es marcar un fin cortés de la interacción. Y si se quiere dejar la puerta abierta para continuar, nunca sobre rematar con “cualquier cosa estoy disponible en… (y enunciar una alternativa de contacto)”.
En su mejor expresión, aún y cuando se hayan identificado puntos de disenso temático circunstancial, una conversación espontánea debe dejar una estela de cordialidad, de apertura al encuentro y, sobre todo, de disposición a la conexión profesional.
Bien manejadas, las conversaciones espontáneas son un semillero perpetuo para el relacionamiento continuado. Son un ejercicio del músculo social y un magnífico ejercicio para quienes batallan para iniciar conversaciones intencionadas y funcionales.
No pierdo la capacidad de asombro de lo que puede derivarse de una buena conversación espontánea. Un anecdotario nutrido me permite identificar –como denominador común de las que permanecen en mi recuerdo– que son oportunidades de construcción de confianza en un mundo donde impera la cautela y la individualización.
Y es que nada produce más valor humano que la detonación casuística de una conversación improbable que puede resultar en la más fascinante de las posibilidades que es el camino compartido y armonioso de vidas profesionales desconocidas.