En un país enfermo con el pernicioso y rentable virus de las armas en todas las casas, es cuestión de tiempo para que aparezca, de vez en vez, un desequilibrado que le dispare a alguien.
En casos recientes han sido más los que atacan en escuelas, a excompañeros o exmaestros, o aquel otro sujeto que disparaba al azar en una autopista hace unos años.
El sábado se trató de un intento de magnicidio. El asesinato de un personaje importante, relevante para la vida de millones de personas. Un expresidente de Estados Unidos.
Casi tres días después, conocemos los hechos del atentado: dónde se colocó, disparó, fue visto y neutralizado casi de inmediato, a pesar de las notables fallas en el cinturón de seguridad.
El FBI logró ya, no sin vigorozas críticas, decodificar el celular del agresor y tener acceso a mensajes e información. No la han dado a conocer todavía.
Me parece que no es relevante en términos del análisis, aunque lo es en el contexto de las motivaciones, la ideología o lo que detonó al joven atacante.
Algo está mal en un país donde un joven tímido y retraído de 20 años, pero sin aparentes problemas, tome un arma y dispare al hombre más notorio del momento. ¡Increíble!
Trump ha sido ya investido con un aura de héroe. ¡Lo que nos faltaba! De este truhán, violador sistemático de la ley, un auténtico riesgo para Estados Unidos y el equilibrio mundial. Ahora es un héroe, un adalid victorioso que salvó la vida.
Sé –me adelanto– que podría sonar como el joven que disparó. Me disculpo por ello. Jamás le dispararía a ningún ser vivo, ni muerto tampoco.
Pero, para efectos de la campaña electoral, el atentado surtirá, me parece, una suerte de impulso incontrolable por respaldar a “la víctima” del atentado. Y lo subrayo así, porque él es un profesional de la victimización. Un político dotado de distorsiones y trampas para colocarse en la posición de víctima constante: de la justicia, de Biden, de los fiscales, de los inmigrantes y de los liberales.
El único problema en este caso, escuche bien, es que esta vez sí es la víctima de un atentado contra su vida, y eso, prácticamente, lo elevará a los altares de la santidad conservadora en Estados Unidos.
Le comparto a usted el primer dato sólido: ayer lunes, unas horas antes del arranque de la Convención Republicana en Milwaukee donde Trump fue investido como candidato presidencial –un hecho muy descontado desde hacía meses–, la juez responsable en el estado de Florida, por el caso de los papeles de Mar-a-Lago, decidió cancelarlo y desecharlo.
Le ofrezco contexto: este es el caso por los documentos confidenciales –muchos de ellos de seguridad nacional– que el expresidente Trump sustrajo de la Casa Blanca en enero de 2020 cuando se vio forzado a abandonarla por su derrota frente a Joe Biden.
Trump violó la ley al haberse llevado miles de documentos clasificados, pero además lo hizo en repetidas ocasiones cuando las autoridades responsables le solicitaron la entrega de papeles, que él siempre rechazó tener en posesión.
Fue necesario un cateo por el FBI a su residencia para localizar los papeles, recabarlos y trasladarlos a Washington.
Hay delitos serios por este caso, que estaba pendiente debido a que su defensa, con toda habilidad había, solicitado posponerlo hasta después de las elecciones en noviembre.
Primera orden del día lunes, dos días después del atentado. ¡Zaz! Se cancela el juicio porque la juez así lo decidió.
La habilidad de Donald Trump para manipular a la opinión pública, a los jueces y a los medios conservadores de su inocencia absoluta tiene ahora la coraza de acero que le brinda el atentado. Sobrevivió a un loco que le disparó y pretendió matarlo.
Como son las fortunas de los hechos fortuitos, además de Trump y su nuevo y flamante compañero de fórmula, el senador Vance –excrítico de Trump, por cierto–, otro beneficiado de carambola fue Biden. Se suspendió por tres días –hasta ahora– la incesante discusión sobre el retiro de su candidatura. Hoy el tema es el atentado y el fortalecimiento casi imparable del aspirante demócrata.
A estas alturas, y no se me da andar de pitonizo, observo con mucha dificultad que Biden o ninguna otra pueda detener a Donald Trump en su camino de regreso a la Oficina Oval.
Con extrema preocupación se analizan los hechos que esa victoria pudiera traer, para México, para Europa, para la OTAN, para Ucrania, para China, para Rusia y para todo el mundo democrático occidental.
Lo que sucedió el sábado, por el probable arrebato de un niño de 20 años con el criminal acceso a las armas de todo poder y calibre en Estados Unidos, colocará al mundo en una línea extremadamente delicada de equilibrios dudosos y de autocracias en ascenso.