Compras de pánico, huidas masivas, balaceras, presiones de grupos criminales… Postales que antaño parecían iluminar realidades de puntos aislados de la geografía mexicana, caso de Michoacán o Guerrero, reflejan cada vez más la situación de un número creciente de espacios, de norte a sur, ninguno tan sangrante como Chiapas, ejemplo de organización y de las bondades del tejido comunitario durante décadas. El Estado sureño, estratégico para las mafias, sucumbe a las dinámicas del crimen, que pelean sin descanso rutas, cerros e industrias, más allá del narcotráfico.
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