La relocalización de los procesos productivos cerca de los principales centros de producción, fenómeno conocido como “nearshoring”, ha generado grandes expectativas para México por parte de muchos actores económicos. La percepción favorable de esta estrategia, impulsada por Estados Unidos mediante su guerra comercial contra China, se ha manifestado de dos formas.
La primera se ha basado en el reconocimiento del potencial de nuestro país para aprovechar este reacomodo, tomando en cuenta su cercanía y estrecha integración económica con Estados Unidos, su mano de obra barata, y otras consideraciones.
Así, se han multiplicado las estimaciones sobre los posibles efectos del “nearshoring” en la economía y en los sectores. Las proyecciones han incluido impactos en los flujos de inversión extranjera directa (IED), la inversión física, las exportaciones y otras variables, lo cual supuestamente redundaría en un mayor progreso económico.
Estas perspectivas suelen acompañarse de advertencias sobre los requerimientos de política pública para aprovechar lo que, en ocasiones, sus promotores han denominado “Nuevo momento mexicano”. Las condiciones para ese beneficio son ampliamente conocidas porque coinciden con las comúnmente identificadas para cualquier inversión privada, incluyendo la solidez del Estado de derecho, la eliminación de barreras al capital y una adecuada infraestructura física.
El segundo modo en que se ha reflejado la visión positiva sobre la relocalización ha consistido en la búsqueda de información que pudiera confirmar su existencia. Este esfuerzo se ha topado con la dificultad de encontrar datos favorables sobre variables clave que estarían influidas por el “nearshoring”. Por ejemplo, se han mantenido planas la IED y las exportaciones manufactureras y se ha desacelerado notablemente el empleo en la industria manufacturera, maquiladora y de servicios de exportación (IMMEX).
Algunos observadores han recurrido a indicadores menos contundentes, como la participación de México en las importaciones estadounidenses, cuyo reciente aumento ha reflejado, principalmente, el desplome de la participación china dentro de un total que ha caído desde inicios de 2022. A su vez, otros comentaristas han preferido atribuir la debilidad estadística del fenómeno a supuestas deficiencias de la información, por ejemplo, subregistro de la IED.
En mi opinión, con limitaciones, la construcción y la formación bruta de capital fijo representan los indicadores que mejor reflejan los posibles indicios del “nearshoring” en nuestro país.
Durante 2023, la construcción experimentó un auge no visto en mucho tiempo, impulsado en gran medida por las obras públicas y, en un ritmo más moderado, por la construcción privada. La información disponible hasta mayo de 2024 revela que la construcción pública se redujo durante los primeros cinco meses, mientras que la privada, después de una disminución en el primer bimestre, recuperó parte del valor perdido.
No es posible saber si la reanimación de la construcción privada reflejó primordialmente el “nearshoring”, pero una buena parte podría deberse a éste, en la forma de naves industriales a ser rentadas por empresas que desean situarse cerca de Estados Unidos. Esta hipótesis no es descartable considerando los datos de elevada demanda y las presiones de precios por espacios industriales detectadas en el norte del país.
Además, la información contenida en dos publicaciones del Banco de México al primer trimestre de 2024 podría apoyar esta inferencia. Según el Informe Trimestral, el componente más dinámico de la construcción privada fue el que excluye vivienda; y de acuerdo con el Reporte sobre las Economías Regionales, la región norte, que comprende los seis estados fronterizos, mostró el mayor aumento, después de la sur, donde se concentran las obras públicas.
Por su parte, del cuarto trimestre de 2023 al tercer trimestre de 2024, la formación bruta de capital fijo mostró un importante ascenso, y se estabilizó posteriormente. A diferencia de lo encontrado en la construcción, donde la obra pública impuso la tendencia, en la inversión física la pauta la marcó la privada. El componente más creciente fue la adquisición de maquinaria y equipo, seguido por la construcción. Una vez más, aunque la totalidad de la mayor inversión privada no pueda atribuirse a la relocalización, una parte podría deberse a ésta.
Convendría moderar las expectativas sobre el “nearshoring” no únicamente porque su avance futuro podría ser limitado, sino, más importante, porque no asegura por sí solo, como a veces se imagina, una mayor expansión sostenida de la economía. Para que esto ocurriera tendría que desencadenarse un importante proceso de innovación y cambio tecnológico, cuyas condiciones son diferentes a las de la mera relocalización.