Elena Poniatowska recuerda desde el sofá de su casa emparedada de libros los días en la cárcel de Lecumberri, el agujero negro en que el PRI arrojó a escritores, sindicalistas, disidentes del régimen. Allí fueron a dar los huesos de los dirigentes estudiantiles del 68, aquellos que sobrevivieron a la matanza de Tlatelolco. La gran escritora mexicana viva, cronista de las grietas de la época, conocía de memoria sus pasillos, sus celdas, sus habitantes: sus entrevistados. A veces, se cruzaba con Annie Pardo, una científica que acudía también a visitar a sus compañeros presos. Pardo, que acogía en su casa asambleas del joven movimiento, solía llevar consigo a su hija, una niña de seis años que décadas después diría que los viajes a Lecumberri forjaron su futuro político. En aquellas galerías lúgubres, la niña y la escritora se conocieron. Fue un encuentro que tenía algo de profético. Era la primera vez que Poniatowska veía a Claudia Sheinbaum.
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