Un domingo de sermón en una iglesia evangélica latina de Estados Unidos se vive entre movidas canciones con una banda en vivo y discursos de un pastor que usa un lenguaje cercano, hasta coloquial. No es un evento particularmente solemne. Lo único que tiene de parecido a una misa de sacerdote y eucaristía es la mención constante de Jesús. La evidencia empírica dice que eso es algo bueno para el objetivo, que es una de las bases de la fe, de sumar miembros: mientras que todo el resto de denominaciones religiosas están de capa caída, desangrando fieles, las iglesias evangélicas latinas crecen a un ritmo notable. Es un fenómeno que sucede un poco bajo el radar —precisamente la religión en general interesa menos y menos— pero que, de manera planificada, está cambiando el balance del inmenso poder religioso en el país y también fragmentando al electorado latino, tradicionalmente muy alineado con los demócratas, que al calor del evangelismo es cada vez más conservador.
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