Hallan arqueólogos 32 animales vestidos con ornamentos en el Templo Mayor

Dos gavilanes ataviados con insignias de láminas de oro, collares de cuentas de jadeíta y concha Spondylus, dijes de turquesa y uno de ellos con un tocado de oro en forma de pico de colibrí, son algunos de los 32 animales vestidos con ornamentos que hasta el momento han descubierto los arqueólogos del Proyecto Templo Mayor (PTM-INAH).

El detalle de cómo fueron sepultados estos animales en 21 de las 206 ofrendas excavadas en los últimos 44 años, se narra en el libro “Los animales y el recinto sagrado de Tenochtitlan, coordinado por los arqueólogos Leonardo López Luján y Eduardo Matos Moctezuma, y editado por El Colegio Nacional con apoyo de la Universidad de Harvard.

“Desde 2007 en el Proyecto Templo Mayor excavamos de una manera mucho más rigurosa, observando los más estrictos protocolos científicos internacionales. En 1900, por ejemplo, siguiendo las normas de la época, se exploraba una ofrenda en unos 30 minutos. En la actualidad, nos toma entre 1 y 2 años, lo que rinde enormes frutos a nivel de la conservación y de la interpretación”, indica Leonardo López Luján, director del PTM.

Con la exploración minuciosa hecha con pinceles y microaspiradoras, y el registro visual con fotografías digitales de alta definición y scanner 3D, entre otras técnicas, los investigadores logran comprender cómo hace más de 500 años los sacerdotes mexicas inhumaron las ofrendas en el recinto sagrado de Tenochtitlan, siguiendo un código simbólico que ahora comienza a descifrarse.

Estudios posteriores realizados conjuntamente por arqueólogos y biólogos, han precisado que los restos de los 32 animales ataviados corresponden exclusivamente a superdepredadores: 13 águilas reales, 7 lobos mexicanos, 7 pumas, 2 jaguares, 2 gavilanes y 1 halcón peregrino.

“Los animales que los sacerdotes vistieron no eran pepinos de mar, conchas ni peces, sino aves rapaces y mamíferos carnívoros que los mexicas, y antes los toltecas y los teotihuacanos, asociaron con las órdenes militares por su ferocidad y su ubicación en la cúspide de la cadena trófica”, expresa López Luján.

El arqueólogo nos propone recrear con la imaginación el contexto histórico: capturar vivo un jaguar en las selvas de Tabasco o Chiapas, encerrarlo en una jaula, trasportarlo cientos de kilómetros a pie hasta Tenochtitlan, alimentarlo en el trayecto, conducirlo al vivario de Moctezuma y tenerlo ahí hasta el día de la ceremonia marcado por el calendario religioso.

“Gracias a la bioarqueóloga Ximena Chávez, hemos descubierto que, llegada la festividad, los mexicas llevaban a estos animales al recinto sagrado, donde les sacaban el corazón con el mismo procedimiento que seguían para los humanos. Después los vestían con ornamentos e insignias y así los enterraban. Por ejemplo, encontramos una loba mexicana con orejeras de mosaico de turquesa, collar de cuentas de jadeíta, cinturón de caracoles Oliva y ajorcas de cascabeles de oro”, señala.

Todos los animales ataviados eran orientados de este a oeste, con la cabeza hacia el ocaso. Una interpretación de dicho patrón que se propone desde el PTM es que estos superpredadores representaban a los guerreros muertos en contienda, quienes en los mitos acompañan al Sol en su curso cotidiano.

HUITZILOPOCHTLI

Una de las novedades incluidas en el libro es el hallazgo e interpretación de los restos de dos gavilanes ataviados con láminas de oro y que representan a Huitzilopochtli.

“Tienen ornamentos de oro, turquesa, concha, todos materiales suntuosos, y uno lleva en la cabeza un pico de colibrí hecho de oro. Es bien sabido que el único dios del panteón mexica que tiene en sus atributos al colibrí es Huitzilopochtli”, precisa López Luján.

La caja de la Ofrenda 179 contenía los cadáveres esqueletizados de estas dos aves, cuyas órbitas oculares contenían diminutas piezas circulares de piedra verde adheridas a discos de concha, las cuales representaban sus ojos.

Uno de los gavilanes tenía un collar de pequeñas cuentas de jadeíta y concha Spondylus, así como un dije de turquesa en forma de ave cotinga. El otro gavilán lucía un collar similar, pero con un dije de turquesa en forma de águila, además de un ornamento frontal de doble voluta y un tocado de pico de colibrí de oro.

En años recientes, se han hecho otros hallazgos espectaculares, gracias a la colaboración con el Instituto de Ciencias del Mar de la UNAM. “Del fondo de las cajas de ofrenda recuperamos los sedimentos y los estudiamos bajo el microscopio óptico y el electrónico. Es así como detectamos las estructuras internas de pepinos de mar, equinodermos que viven en el fondo de los océanos y que son muy apreciados en China por sus supuestas propiedades afrodisiacas. Hasta la fecha hemos identificado 5 especies del Pacífico, algo nunca visto”, comenta el arqueólogo.

LOBO CON MACHETE

Uno de los siete esqueletos de lobo mexicano que fueron ataviados se encontró en el interior de la Ofrenda 174. Este mamífero que tenía asociado un tzotzopaztli o machete de tejido, hecho de madera y de tamaño real.

“Se trata de un machete de tejer como los que se siguen utilizando en las comunidades indígenas. En las fuentes escritas y los códices se pueden observar muchas deidades femeninas blandiendo el tzotzopaztli como un arma. A las mujeres se les inculcaba desde la infancia la producción textil y muchos investigadores proponen que que el machete tenía también una función de ataque”, comenta Antonio Marín Calvo, pasante de la licenciatura en arqueología por la Escuela Nacional de Antropología e Historia y miembro del PTM.

De ahí la importancia de encontrar al lobo ataviado como guerrero, añade. “No sólo por el tzotzopaztli, sino por el anillo anáhuatl y las narigueras de oro que hacen alusión a guerreros muertos en batalla y posiblemente a un personaje femenino”.

REGISTRO DE COLECCIÓN

El libro Los animales y el recinto sagrado de Tenochtitlan reúne las investigaciones de 43 especialistas de México, Estados Unidos, Canadá, Italia, Francia e Inglaterra. En palabras de Leonardo López Luján, se trata de una obra colectiva que conjunta los esfuerzos de 15 años de estudios al pie del Templo Mayor. La información del libro se dio a conocer por primera ocasión en una reunión científica en 2017 en Vancouver, Canadá, y un año después en El Colegio Nacional.

“En el periodo previo a la pandemia y durante la pandemia, transformamos esas presentaciones orales en capítulos científicos para compilarlas en este libro que tardó más de lo que esperábamos, entre otras cosas, por los recortes presupuestales que hemos sufrido en la cultura en todo el país. El proyecto lo rescató la Universidad de Harvard, gracias a la generosidad del Dr. Davíd Carrasco, quien nos brindó un financiamiento adicional”, narra López Luján.

En los 44 años de vida del Proyecto Templo Mayor, en las excavaciones de lo que fuera el recinto sagrado de Tenochtitlan, el equipo científico interdisciplinario ha recuperado, al día de hoy, 206 ofrendas.

“Son regalos que los mexicas entregaron a sus dioses más venerados. Cada vez que abrimos una de estas cajas quedamos maravillados de su contenido. Hasta ahora hemos recuperado decenas de miles de animales. Me atrevería a decir que son los componentes fundamentales de las ofrendas, aunque también hay minerales, vegetales, seres humanos y objetos culturales en abundancia”, señala el director del proyecto.

Los animales arqueológicos que estamos encontrando reflejan la biodiversidad propia del territorio mexicano, añade López Luján. Pertenecen a más de 500 especies biológicas.

“Eran capturados en muy variados ambientes: las selvas tropicales, las zonas templadas, las regiones semiáridas y áridas, las lagunas costeras, los esteros, los manglares y los ambientes oceánicos. Es decir, no sólo es la inusitada cantidad de animales y la distancia de los lugares en que fueron obtenidos, sino la enorme variedad de ambientes en que vivían”, enfatiza.

Con todas estas evidencias, los expertos iniciaron la Colección de Fauna Silvestre del Proyecto Templo Mayor, registrada ante la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), que se suma a las existentes en la UNAM, IPN e INAH.

La Crónica