Donald J. Trump logró un triunfo aplastante en las elecciones de Estados Unidos. Prácticamente el primer candidato republicano en ganar el voto popular en 35 años (excluyendo a Bush Jr. en 2004, que lo logró en medio del respaldo general al ataque de las Torres Gemelas y las dos guerras en Irak y Afganistán). Se convierte así en el primer convicto en alcanzar la Presidencia del país más poderoso del mundo.
Existen diversas causas potenciales de ese triunfo. Para muchos, fue un tema netamente económico. La inflación de los últimos años (producto de un paquete muy agresivo de medidas frente a la caída de la pandemia), cuyos efectos no han terminado aún. Otros aducen el gran rechazo al gobierno de Biden, que empezó cuando éste decidió retirarse de Afganistán (una medida realmente propuesta por Trump), y lo hizo de tan mala manera que dejó en ruinas a ese país, y a su presidencia.
La caída en popularidad de Biden después del fracaso de Afganistán se amplió con el incremento de la inflación, no hay duda, y por eso es tan difícil distinguir ambos fenómenos. En la combinación, una conclusión es que Kamala Harris no hizo lo suficiente por deslindarse del gobierno, y cargó más negativos de lo recomendable.
Esta falta de deslinde se puede deber a la forma en que Harris fue designada candidata. Después del primer debate, entre Trump y Biden, cundió el pánico en el Partido Demócrata al confirmarse el deterioro cognitivo de Biden. Se le forzó a renunciar y eso abrió el espacio para Harris. Sin embargo, hay también quien cree que Biden quedó muy dolido por este proceso, y no hizo el esfuerzo necesario para consolidar la siempre difícil coalición demócrata. Como anécdota, la esposa de Biden asistió a votar vestida con un conjunto rojo.
Además de no deslindarse del gobierno de Biden, Harris no quiso asistir a entrevistas, especialmente con personajes de los medios cercanos a MAGA. Esquivó frecuentemente los temas económicos, y nunca logró construir una explicación razonable del abandono de las ideas en las que cimentaba su potencial candidatura en 2019. En aquella ocasión, Harris enarboló un discurso woke, y eso la sacó de la carrera. Entre eso, y su gris papel en la vicepresidencia (de lo que culpa, en parte, a López Obrador), nadie la consideraba sino hasta el derrumbe de Biden.
Este último punto es relevante en sí mismo. La ideología woke (los “despiertos”, los promotores de las escuelas del agravio) es la más reciente versión de cómo los “capitalistas simbólicos” (así llama Al-Gharbi a quienes viven de sus conocimientos o habilidades comunicacionales) buscan encabezar a las mayorías para hacerse de poder. La transformación de dilemas relevantes (género, orientación, raza) en políticas vengativas y restrictivas, en discursos correctos o cancelables, en linchamientos mediáticos y secuestro de universidades, acabó favoreciendo a quienes afirman que expertos y burócratas son, en realidad, un “Estado profundo”, un “pantano”. Es decir, a Donald J. Trump.
Finalmente, estoy convencido de que el machismo cuenta. Tal vez no sea una actitud general, pero basta con unos pocos hombres y mujeres (el machismo no es sólo de hombres) que no acepten ser gobernados por una mujer para desequilibrar una elección que siempre es cerrada.
Inflación, rechazo al gobierno, falta de unidad, dificultad para romper con el ala extrema woke, han dado como resultado una segunda presidencia de Trump, que creo que será muy diferente de la primera, pero que también me parece que señala un punto de inflexión en el proceso de muy largo plazo que sigue Occidente.
Frente a eso, América Latina nuevamente está descolocada, y especialmente México. No va a estar fácil.