“Los fallos de mercado no existen” y “el Estado es una organización criminal” son frases que el presidente argentino, Javier Milei, suele recitar con pocas variantes y sin miedo a la letanía. El líder ultraderechista logró encumbrarse y triunfar en las elecciones del año pasado presentándose como un profeta del libre mercado, con la promesa de solucionar todos los problemas del país mediante la desregulación de la economía, la eliminación de impuestos, el ajuste del gasto público y la liquidación del aparato estatal. Pero a poco de cumplir cinco meses de mandato, su Gobierno se ha encontrado con los límites que la realidad le impone a su credo: con el propósito de contener tanto la inflación como el malhumor social, resolvió revertir los aumentos en las tarifas de las empresas de medicina privada y postergar los incrementos previstos en los servicios públicos de gas y electricidad. Ahora el Estado que Milei dirige interviene para limitar la libertad que el propio Milei le ofrendó al mercado.
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