Claudia Sheinbaum ya es legalmente presidenta electa de México. A 45 días de tomar formalmente el cargo, la certeza es que ese poder no será ejercido por ella. Se colocará la banda, se sentará en La Silla y se tomará la foto. El poder detrás, al lado y delante de esa silla seguirá siendo ejercido por Andrés Manuel López Obrador. Lo que la futura titular del Ejecutivo ha ofrecido es continuidad, que es también lo que se le exige e impone. Porque ganó en forma aplastante, pero esa victoria en realidad pertenece a otro, y la ganadora lo sabe perfectamente.
Sheinbaum simboliza la reelección que su padre político tanto deseó y que permitirá la cimentación de su obra. Será algo más grave que seguir inyectando una cantidad masiva de recursos a Pemex, concluir Dos Bocas o el Tren Maya, porque será también mantener la destrucción de los sistemas de salud y educativo, exaltando la pobreza y condenando la aspiración de ser parte de la clase media. Será la continuidad de una corrupción impresionante e impune. El profundo descaro y cinismo de AMLO continuado por quien designó para seguir en el cargo. Quizá ya está preparando el pañuelo blanco para ondearlo en su mañanera y proclamar que, como su antecesor, su gobierno es impoluto, mientras sigue la robadera a manos llenas.
Termina un sexenio en el que George Orwell habría sido un cronista consumado. El corrupto que proclamaba su honestidad a los cuatro vientos, quien se ostentó como un demócrata encabezando una regresión autoritaria, que se decía respetuoso de la división de poderes, subordinó al legislativo y busca arrasar al judicial. El autoproclamado austero dejando un déficit público de seis por ciento del PIB y un endeudamiento explosivo en su último año de gobierno tras haber saqueado fondos de contingencia y fideicomisos.
Es la herencia que recibe Claudia Sheinbaum. Como decía Adolfo Ruiz Cortines, la política es el arte de tragar sapos sin hacer gestos. La sucesora de AMLO lo hace, con su mejor sonrisa y mientras no se cansa de cantar loas a quien fuera su jefe por un cuarto de siglo. Lo hace mientras es humillada públicamente una y otra vez, forzada a acompañar al presidente saliente en sus giras de pretendida despedida, mostrada como un trofeo ante los aplausos del auditorio correspondiente.
Aunque quiera realmente rebelarse, ser por primera vez en su vida la dueña de sus acciones, López Obrador es el propietario de Morena, ese formidable aparato político alimentado por corrupción, dinero y poder. Al de Macuspana se deben gobernadores, legisladores y alcaldes. Lo mismo, por cierto, que se debe ella. Si quiere solarse de la coyunda política que hasta el día de hoy proclama que le encanta, quizá no tenga la fuerza para ello aunque, lo que es de dudarse, tenga la voluntad.
Es la panorámica y análisis del libro que acabo de publicar, detallando el consumado retroceso del reloj económico de la nación en medio siglo, marcando el regreso del estatismo más rancio, improductivo y desastroso para la hacienda pública. A ello habrá de agregarse, casi con certeza, el retroceso de siete décadas en el sistema político. Como establece el Washington Post en su lema periodístico, la democracia muere en la oscuridad. Alegando el apoyo popular, AMLO y Sheinbaum están apagando la luz. Al crepúsculo de la democracia seguirá la larga noche del morenato.
* “De AMLO a Sheinbaum: decadencia económica y conquista política que continuará”. Libro disponible en versión impresa y electrónica en Amazon México e impreso en Mercado Libre.