Sin necesidad de especular, es ahora factible hablar de un punto de inflexión muy importante para México. Más allá de las importantes y alarmantes consecuencias de la ya aprobada reforma al Poder Judicial, hay una serie de elementos que sugiere que el peso ha entrado en un régimen de depreciación secular.
Por depreciación secular me refiero a un debilitamiento sostenido del peso frente a sus principales socios comerciales en el mediano y largo plazo. Esto no necesariamente implica una depreciación como las que México ha vivido a lo largo de su historia asociado a una crisis en su balanza de pagos, pero si una extensión de los movimientos que hemos visto durante los últimos meses.
En primer lugar, un mayor deterioro en la productividad. Uno de los principales determinantes del nivel del tipo de cambio en el largo plazo está ligado a la productividad relativa respecto a otros países. Para dar un poco de contexto, durante las últimas dos décadas, la productividad en México básicamente se ha mantenido sin cambio; de hecho, ha caído cerca del 5% – todo durante el último sexenio.
Esta situación se vuelve más alarmante cuando la comparamos con otros países. Por ejemplo, durante las mismas dos décadas, la productividad en Estados Unidos, el principal socio comercial de México, ha crecido en más de 30%.
Aunque esto no es sorprendente, lo que es más preocupante es que dichas tendencias seguramente se seguirán acentuando, una vez que la dirección de la política económica y política son, y serán, un fuerte lastre para la inversión.
Punto de Partida. A pesar de lo anterior, el tipo de cambio real multilateral (ajustado por diferenciales de inflación y respecto a sus principales socios comerciales) apenas ha caído 16%. Si bien la relación no es necesariamente 1:1, este simple ejercicio sugiere que la valuación del peso está lejos de reflejar el relativo deterioro frente a otros países. En otras palabras, el peso no está ‘barato’ a pesar de la reciente depreciación de 20% desde inicios de abril.
Cambio en la función reacción del Banco Central. El cambio en el liderazgo del Banco Central también ha traído un cambio en la conducción de política monetaria. Si bien es debatible la congruencia en las últimas decisiones de política monetaria, lo que se ha dejado entrever es una menor sensibilidad a los movimientos del tipo de cambio. Basta señalar la baja en tasas que se dio recientemente a pesar de la alta volatilidad de los mercados.
Esto, aunado a una clara desaceleración de la economía, marca una clara tendencia a la disminución de las tasas reales. Esto, en un ambiente donde las rigideces nominales se han incrementado, sugiere implícitamente que Banxico está dispuesto a vivir con una inflación más cercana al tope de su rango de tolerancia. En otras palabras, el riesgo hacia delante es el de una evaporación más acelerada del poder adquisitivo del peso mexicano.
Aunado a esto, existen preocupaciones en torno a la independencia del Banco Central. Si esta es cuestionada de manera más directa tendría repercusiones mucho peores.
Deterioro Fiscal. Una perspectiva de menor crecimiento, la ampliación reciente del déficit fiscal, así como los riesgos de baja de calificación por parte de las agencias calificadores, apuntan a una mayor prima de riesgo en los activos locales mexicanos. Dicho aumento en la prima de riesgo, naturalmente se vería reflejado en una depreciación del tipo de cambio.
Para revertir esta tendencia y asegurar un crecimiento sostenible, es esencial implementar políticas que impulsen la productividad, fortalezcan la confianza en la economía y las instituciones y que promuevan la estabilidad macroeconómica. Lamentablemente, la dirección actual es totalmente opuesta.