Un mapa circula estos días en los móviles de algunos libaneses. En él, su país aparece como una isla en el mar, desgajado de sus vecinos, Israel y Siria, bajo una frase: “La solución para los problemas de Líbano”. La broma alude a las ocupaciones por tropas de esos países —las sirias se retiraron en 2005—. También a las veleidades expansionistas y la injerencia en la política libanesa de esos dos mastodontes —Israel lo es por su fuerza militar— que rodean a este país pequeño y frágil que, desde su independencia en 1943, es el espejo de las crisis en Oriente Próximo, sobre todo del drama palestino. Ese Líbano como una isla amenaza ahora con hacerse realidad de la peor manera: la de un país más que aislado, sitiado, pero sin librarse por ello de sus belicosos vecinos. Aviones de guerra israelíes rompieron este miércoles otra de esas treguas efímeras que desde el sábado habían concedido al castigado sur de Beirut. En uno de los bombardeos, este jueves de madrugada, uno de los proyectiles impactó a 100 metros del único aeropuerto internacional del país: el Rafic Hariri.
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