Puede que la planta de automóviles Tesla nunca llegue. En Linkedin ya no hay un solo puesto vacante en México de esta compañía.
Pero atención con lo que sí está pasando entre el área metropolitana de Monterrey y los negocios de Elon Musk, incluso fuera de la Tierra.
Aquí les conté en abril de decenas de compañías que ya invirtieron, presumiblemente para abastecer las plantas de la empresa en Austin: Yanfeng Seating, fabricante de asientos; Brembo, la de los frenos; la taiwanesa Quanta Computer y la alemana ZF, que apuesta 200 millones de dólares en un centro de desarrollo avanzado.
Ni hablar, los mexicanos llegan tarde a los autos eléctricos en donde los chinos van adelante.
¿En dónde hay un puñado de connacionales que sí se formaron al principio de la fila?
Revisen la historia del ingeniero regiomontano Eduardo Garza T Fernández, quien hace más de 50 años estableció un taller para forjar acero especializado para fabricantes de máquinas que en los setenta batallaban con piezas de acero que se rompían.
Su empresa Frisa se concentró tanto en resolver problemas detallados, que a la postre terminó vendiendo acero a pedido de compañías aeroespaciales como Rolls Royce, que también tiene un negocio de motores para aviones.
Inevitablemente, esa empresa nuevoleonesa llegó al espacio: “Cada vez que hay un lanzamiento de Space X, hay un producto fabricado en Santa Catarina”, dijo en agosto el presidente de la empresa, Eduardo Garza T Junco, hijo del fundador de Frisa, durante una exposición industrial llamada Expo Pyme, durante la cual anunció una inversión de 200 millones de dólares justamente para incrementar la capacidad de sus plantas de García y Santa Catarina.
¿Pero estos regios están locos? ¿A qué le tiran siguiendo los sueños de Musk vertidos en SpaceX?
Sucede que no solo son los de Musk. ¿A dónde va también la fortuna de Jeff Bezos, fundador de Amazon y de AWS? ¿Perdió la cordura lanzando su dinero fuera del espacio a través de su compañía Blue Origin?
Pregunten a los conocidos consultores de McKinsey & Company, esa agencia que parece saber todo lo que pasa en cada oficina, lo que la convirtió en “consejera” de buena parte de los proyectos globales de negocios de vanguardia.
El mes pasado publicó el documento: “Space: The $1.8 Trillion Opportunity for Global Economic Growth”. Lo que advierte es que el espacio bien podría ser hoy, digamos, lo que era el internet al inicio del siglo.
McKinsey dice que ya hay una economía en marcha de 630 mil millones de dólares anuales, misma que para 2035 valdrá 1.8 billones de dólares (1.8 millones de millones).
¿Quieren una referencia rápida? En el año 2000, Apple valía 8 mil millones de dólares. Ahora, 24 años después, 2.8 billones de dólares.
La mayoría de los humanos siguen pensando, lógicamente, en los negocios que pueden hacerse en la Tierra, pero piensen en un ejemplo: la oportunidad de poner centros de datos como los de AWS, pero orbitales, para ahorrar aire acondicionado y electricidad, y fabricados con materiales disponibles en la Luna, que coinciden con los de la Tierra. Hoy parece irreal.
En el 2000 sonaba ilógico fantasear con un iPad, con Youtube o con Netflix.
¿Los Garza T son los únicos mexicanos en la fila? No necesariamente. Figura en la NASA el mexicano Andrés Martínez, al mando de varios proyectos para regresar a los humanos a la Luna con el proyecto Artemisa. También les he contado aquí del mexicano nacido en Argentina Gustavo Medina Tanco, que trabaja en la UNAM con el proyecto Colmena, de minería lunar, cuyos dispositivos viajaron en la nave Peregrine, de la estadounidense Astrobotic.
En Yucatán, Ciclo Corporativo, de José Antonio Loret de Mola, promueve el Aeropuerto de Chichén Itzá como base alternativa para aterrizajes espaciales.
Pueden culparlos a ellos y a mí de ilusos, pero tienen que incluir en esa descripción a los consultores de McKinsey.