Tras una breve y dolorosa agonía se comunica a los ciudadanos el sensible fallecimiento de la Democracia en México, simplemente Democracia para sus numerosos amigos, a los 24 años de edad. Un deceso prematuro e inesperado a pesar de la larga y debilitante enfermedad, un agudo cáncer autoritario, que su cuerpo sufría desde hace seis años.
Democracia nació un domingo, el 2 de julio de 2000, en todo México tras largos años de frustrante, en muchas ocasiones dolorosa espera por parte de todos aquellos que habían acudido incluso por décadas a ejercer su derecho al sufragio. El parto fue largo, hasta el último momento despertando dudas entre muchos sobre la viabilidad de la criatura por nacer.
El escepticismo de la ciudadanía ante el alumbramiento era entendible. En varias ocasiones la ilusión de que llegara Democracia se había visto destruida. Fue una larguísima espera, en que muchos murieron ante de su llegada. Uno de los momentos más dolorosos fue la muerte con apenas dos años de edad de la democracia maderista (1911-1913) a manos de un asesino que acabó con su corta vida. Una prometedora existencia cegada antes de siquiera dar sus primeros pasos.
A ese brutal infanticidio siguieron por largos años varios partos que solo arrojaron fetos con el corazón democrático sin latir. En 1929 correspondió a José Vasconcelos, en 1940 a Juan Andreu Almazán, 1952 a Miguel Henríquez Guzmán y finalmente, en 1988, a Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano. En ese intervalo hubo muchas promesas de que Democracia pronto llegaría a estar entre los mexicanos, siempre a la postre falsas. Adolfo López Mateos ofreció los llamados diputados de partido, figura ampliada por Luis Echeverría. José López Portillo trajo consigo la representación proporcional y con Miguel de la Madrid algunos senadores de oposición rompieron el monopolio del partido dominante, y hasta entonces único en el Senado. Con Carlos Salinas se lograron gobernaturas.
Con este último y Ernesto Zedillo se construyó por fin, junto con los partidos entonces en la oposición, el andamiaje requerido para el nacimiento exitoso. La ciudadanía en las calles la reclamaba, intelectuales como Enrique Krauze la habían esbozado en sus escritos. El alumbramiento tuvo como partero a la ciudadanía representada en el Instituto Federal Electoral y como artífice extraordinario al propio Zedillo, confirmando ese domingo de julio que Vicente Fox había logrado por fin aquello que por décadas pareció imposible.
Fue una infancia dura para Democracia, aunque fructífera. A veces exigente y caprichuda, con la civilidad política en ocasiones transformada en duros enfrentamientos. Eso era normal, incluso deseable, pero la enfermedad llegó pronto. Con apenas seis años un rencoroso perdedor se proclamó como legítimo poseedor de su cuerpo y mente en lugar de Felipe Calderón. Fue un aviso del que pocos hicieron caso. Cuando el cáncer autoritario se expandió por el cuerpo apenas con 18 años de edad, muchos consideraron que sería benigno y curable, como había ocurrido en 2006 y 2012. No fue así, y la metástasis final se descubrió el 2 de junio pasado, con la enfermedad explotando en varios órganos a la vez. Democracia resistió pocos meses más.
Se lamenta informar que no habrá velación dada la rápida putrefacción del cuerpo. Su vista habría sido deprimente para cualquier persona que le haya tenido un mínimo de aprecio y además la pestilencia resultaba insoportable. Se procedió a una rápida cremación en los hornos de Xicoténcatl.