¿Por qué los ciudadanos en general dejan de creer en la justicia?
Por el simple hecho de que no es pareja o igualitaria para todos.
El pasado domingo, hace dos días, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, otorgó el perdón presidencial –facultad constitucional del titular del Ejecutivo en cualquier tipo de condena o sentencia, penal, civil, fiscal, etcétera– a su hijo Hunter Biden.
A pesar de haber afirmado, el propio presidente y todo su equipo de colaboradores en la Casa Blanca, que el perdón no estaba considerado por el presidente, el domingo se contradijo, traicionó su palabra y promesa, y anunció la concesión suprema, mediante la cual, el acusado quedará exento de toda sentencia o encarcelamiento.
Hunter Biden estaba acusado por diversos cargos: posesión ilegal de un arma, posesión y consumo de drogas, y desviación fiscal al evadir pago de impuestos.
Los primeros cargos fueron aceptados por el acusado en un tortuoso juicio, que representaba penas menores y multas razonables.
Pero negaba los últimos cargos fiscales por una cifra de alrededor de 1.4 millones de dólares que, según el Servicio de Recaudación (IRS), había evadido.
Cuando le anunciaron que podía recibir 17 años de cárcel por la evasión fiscal, reconsideró su declaración inicial y reconoció no haber pagado esa cantidad de impuestos a la que estaba obligado.
En síntesis, el veredicto fue culpable y esperaba sentencia del juez.
Ahí interviene su padre y le otorga el perdón, con graves efectos políticos para los demócratas, pero también para todos los servidores públicos en general.
Biden no es el primer presidente en “beneficiarse” en el ejercicio del perdón a familiares, amigos o cercanos. El propio Trump lo hizo en 2019 –su último mes en la Casa Blanca–, cuando le otorgó el perdón a su consuegro Charles Kushner por fraude fiscal, a quien, por cierto, ayer mismo designó como el próximo embajador americano ante Francia.
Bill Clinton le otorgó el perdón a su hermano Roger, por delitos de posesión de drogas.
Biden argumenta que el caso fue ampliamente politizado por la campaña electoral, que arremetió desde el campo republicano para señalar a su hijo como “criminal” o “delincuente”.
Todo esto para diluir los múltiples casos y el grueso expediente criminal del propio Donald Trump.
Los republicanos pretendían decir “ellos no son inocentes” al defender a Trump de su largo historial criminal, que ahora, evidentemente, será cancelado, archivado y sobreseído.
Frente al electorado, el argumento permeó.
No hay inocentes en la política.
Pero el perdón del padre al hijo ha provocado una inmensa ola de desaprobación y rechazo entre los demócratas. Más de 10 senadores de su partido han descalificado a Biden, señalando que “se equivocó”, “que antepuso intereses personales por encima del servicio público” e, incluso, “que traicionó su compromiso de defender la Constitución y la justicia”.
Evidentemente, el caso fue politizado por la campaña electoral. Ambos, podríamos decir, el de Trump y el de Biden hijo. La grave sombra que se tiende sobre el sistema de justicia americano es que la desigualdad ciudadana frente a los jueces, la importancia del poder y del dinero para tener abogados y fallos favorables, están por encima de la imparcialidad de las cortes y los tribunales.
Los estadounidenses tendrán a un presidente delincuente en la Casa Blanca y, a juzgar por sus aplastantes resultados el pasado 5 de noviembre, no les importó en lo más mínimo.
El presidente Biden bien puede haber reflexionado acerca de su hijo en la cárcel por delitos que sí –comprobadamente– cometió, como la posesión de un arma y de sustancias a las que –se dijo en el juicio– ha sido adicto por años; frente a un próximo presidente en funciones sentenciado culpable por un tribunal ¿Qué es peor? ¿La justicia actúa de forma equivocada en un caso más que en otro?
Son las contradicciones de la democracia americana, claramente en descenso y en desprestigio.
A Biden le costará en su imagen y reputación de despedida, como alguien que no pudo evitar proteger y beneficiar a su hijo con los poderes presidenciales.
Lo mismo ha pasado ya con Trump y, seguramente, seguirá pasando.
No se sorprenda al observar, en el mismo mes de enero próximo, perdones que Trump pueda otorgar a todos los detenidos por el ataque al Capitolio en enero de 2021 y a otros cercanos que claramente violaron la ley, como Rudolph Giuliani y Steve Bannon.