¿Qué está pasando en Sudán?
El general Abdel Fattah Burhan, jefe del Ejército de Sudán y gobernante “de facto” del tercer país más grande de África, está siendo desafiado abiertamente desde el 15 de abril por su exaliado, el general rebelde Mohamed Hamdan Dagalo, alias “Hemedti”, líder del grupo paramilitar Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), surgido de la siniestra milicia Janjaweed (literalmente, los Jinetes Negros).
El regreso a la violencia de Hemedti trae las peores pesadillas para muchos sudaneses, especialmente los de la etnia darfurí, ya que en su región, Darfur, en el oeste de Sudán, se desató en 2003 el considerado primer genocidio del siglo XXI. La ONU calcula que los hombres al mando de Hemedti masacraron a 300 mil habitantes de esa región petrolera y violaron a decenas de miles de mujeres y menores de edad.
El enfrentamiento actual, con artillería pesada y combates en las calles de Jartum, la capital (2.8 millones de habitantes), ha dejado ya medio millar de muertos (entre ellos un diplomático egipcio, ocurrido este mismo lunes) y ha dejado severamente dañado el aeropuerto internacional, por lo que hace muy difícil la repatriación de miles de extranjeros, muchos de ellos trabajadores de agencias humanitarias, que atienden al 48% de la empobrecida población de Sudán (país con la misma extensión que México —1.9 millones de kilómetros cuadrados—, pero sólo 47 millones de habitantes).
¿Porque los generales, antes aliados, ahora son enemigos?
El 11 de abril de 2019, los generales Burhan y Hemedti se aliaron para dar un golpe de Estado contra el dictador Omar al Bashir, quien llevaba 25 años gobernando con brazo de hierro.
Al Bashir, el único sátrapa del norte de África que parecía haberse librado de la Primavera Árabe —que se llevó por delante hace una década a los dictadores de Túnez, Zine el Albidine Ben Alí; de Libia, Muamar Gadafi; y de Egipto, Hosni Mubarak— fue derrocado gracias a la traición del general rebelde Hemedti, a quien, 16 años antes, Al Bashir encargó que aplastara la rebelión separatista en Darfur.
Hemedti, quien para esquivar la justicia internacional convirtió la milicia genocida Janjaweed en la organización paramilitar Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), pronto dejó claro que no tenía intención de devolver el poder al pueblo y que éste eligiera democráticamente a sus gobernantes. En estos dos años y medio, ha reprimido con dureza las protestas callejeras, dejando decenas de muertos, y se negó a disolver su formación paramilitar para integrarse en el Ejército al mando de Burhan, quien se vio forzado a mantener una frágil tregua con su aliado, cada vez más poderoso y bien armado.
Lo queda aún por saber es qué llevó a Hemedti a romper la tregua y declararle la guerra al líder “de facto” de Sudán, el general Burhan, pero lo que cada vez está más claro es quién está detrás del empoderamiento de las FAR y de que los paramilitares sobre quienes pesan las acusaciones de genocidio ambicionen hacerse con el gobierno de Sudán: el presidente ruso Vladimir Putin.
¿Qué busca Rusia en Sudán… y en África?
Para entender la mentalidad del presidente ruso y sus planes en África hay que partir de un elemento clave: Putin no es un demócrata (fingió serlo un tiempo para instalarse en el Kremlin) y, por tanto, sus intereses no están en defender la democracia sino en apoyar a cualquier líder de un país en problemas, sin importar si es un demócrata o un tirano, siempre y cuando le muestre lealtad a él (que es lo mismo que decir lealtad a Rusia).
Fue exactamente lo que ocurrió con el dictador sirio Bachar al Asad, quien se echó en brazos de Putin en el momento en que vio peligrar su poder y el de su familia, por un pueblo harto de miseria y décadas de represión. Y fue lo mismo que le dijo el dictador sudanés Omar al Bashir, quien le llegó a decir que Sudán debía ser “la puerta de entrada de Rusia en África”.
Y así fue cómo Putin envió a su brazo armado paramilitar, el grupo Wagner, conocido por su brutalidad en la guerra de Ucrania, para que se infiltrara en Sudán, como ya hiciera en Libia, donde los sicarios rusos entrenaron al señor de la guerra, Jalifa Hafter, que no reconoce el liderazgo del gobierno de Trípoli apoyado por la ONU y tiene a ese país petrolero en guerra civil desde la caída de Gadafi, hace 12 años.
Pero, aparte del interés militar y estratégico de Rusia en Sudán y en el continente africano, está, principalmente, el interés por la mayor riqueza que puede aportar el país: sus minas de oro.
“Lo primero que hicieron fue ocupar las minas de la compañía Meroe Gold —cuya sede matriz está en Moscú— y pronto pasaron a cumplir mandados del gobierno de Jartum, como reprimir revueltas, provocando atroces matanzas”, explicó al canal Al Jazeera Samuel Ramadi, autor de un prestigioso libro sobre la expansión rusa en el continente africano.
¿Por qué Rusia apoya al general rebelde Hemedti?
Fue básicamente una cuestión de hermanamiento de grupos sanguinarios: las FAR de Hemedti y los Wagner de Yevgueni Prighozin, el aliado de Putin, ambos acusados de crímenes de guerra en Ucrania.
Convencidos de que la fuerza brutal es la mejor garantía de poder, el grupo Wagner se decantó por las FAR de Hemedti, la cual, a cambio de proteger la salida de Sudán de toneladas de oro con destino a Moscú, recibieron todo tipo de armas rusas, las que ahora están siendo usadas para derrocar al Ejército sudanés.
Es lo que inglés se conoce como un win-win. Con el oro sundanés, Putin compra drones a Irán que luego lanzará con sus bombas sobre los ucranianos, y con las armas rusas los rebeldes de las FAR intentarán tomar el poder y convertir a Sudán en la Siria de África.
De hecho, el Kremlin lleva años tratando de establecer una base militar en la ciudad de Port of Sudán, similar a la base militar rusa en Latakía (Siria), lo que daría a sus buques de guerra acceso a una de las rutas marítimas más transitadas y disputadas del mundo e influencia sobre ella.
Si no la conseguido ya, ha sido por las presiones de Estados Unidos para que Jartum no diera el permiso. Primero presionó al dictador Al Bashir (Washington tampoco le hace ascos a negociar con los tiranos, si les interesa) y luego al general golpista Burhan, quien de momento resiste solo la embestida de los rebeldes de las FAR, aliados con los milicianos de Wagner.
Por tanto, si el general Hemedti gana, Putin tendría casi asdegurado de premio una base militar rusa en Sudán, desde donde podría expandirse por medio continente y seguir apoyando sin contratiempos a las milicias que desafían a las tropas de países occidentales que apoyan a los gobiernos de países vecinos, muchos de ellos azotados por el terrorismo yihadista.
Fue justamente lo que pasó en Mali en febrero, cuando el presidente Emmanuel Macron ordenó la salida de sus tropas galas, después de décadas de presencia en ese país centroafricano, tras la clara apuesta del gobierno de la excolonia por la presencia de tropas rusas
¿Cuál sería el peor escenario posible?
Después del fiasco de Estados Unidos en Afganistán y su bochornosa derrota y retirada, lo último que tiene en mente el presidente Joe Biden es involucrar al país en otra guerra (y más ahora que piensa anunciar su candidatura a la reelección de cara a las elecciones de 2024).
Por tanto, la mayor amenaza son las dos potencias vecinas de Sudán: Etiopía al sureste y Egipto al norte, dos de los tres únicos países africanos con más de cien millones de habitantes (120 millones el primero y 109 millones el segundo), sólo superados por Nigeria (213 millones).
Sudán y Egipto siguen de cerca la construcción de la megapresa que Etiopía está terminando en las fuentes del Nilo, el gran río que lleva milenios fertilizando los valles de Egipto y Sudán y vital para dar de beber a las 150 millones de egipcios y sudaneses que viven río abajo.
De momento, Jartum y El Cairo se mantienen como aliados firmes y considerarían casus belli que Adis Abeba les corte el agua.
La gran incógnita del actual conflicto sudanés es que, en caso de que degenere en guerra civil y gane el general prorruso (proclive, como vimos a la traición y a cambiar de bando) se alíe con Etiopía y estalle irremediablemente un conflicto regional de consecuencias catastróficas para el continente más pobre, y con Putin, una vez más, moviendo los hilos de otra guerra para desestabilizar al mundo e imponer su propio orden autócrata y antiliberal.