“Entre los objetos y joyas de la Tumba 7 lo que ofrece mayor interés, no tanto por el material, como por la perfección del relieve, son los huesos tallados”, destacaba su propio descubridor, el arqueólogo Alfonso Caso Andrade. A punto de cumplirse el 90 aniversario del hallazgo de esa cámara funeraria y su inusitada ofrenda, estas delicadas láminas, las cuales relatan aspectos religiosos, calendáricos y sociales de la antigua cultura mixteca, son legibles como nunca antes gracias a la restauración hecha en los materiales óseos de esta variada colección.
El Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), a través de sus especialistas de la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural (CNCPC), ejecuta un proyecto de conservación y restauración integral de los elementos de la ofrenda de la Tumba 7 de Monte Albán, el cual ha permitido rescatar sus valores intrínsecos y exhibirlos de manera óptima en el Museo de las Culturas de Oaxaca.
Como detalla la coordinadora de esta iniciativa, la restauradora perito Sara Eugenia Fernández Mendiola, las piezas que constituyen la afamada ofrenda permanecieron varios siglos en contacto directo con la humedad, la acidez de la tierra y la acción de hongos, insectos y roedores. Estos factores y otros más, resultado de intervenciones, estudios y montajes anteriores, generaron diversos deterioros en los materiales constitutivos de los objetos.
Respecto a la media centena de piezas elaboradas en huesos de humanos y de animales que se exponen en la Sala III, “El lugar de los ancestros”, Fernández Mendiola y su colega, la también restauradora perito Luisa Mainou Cervantes, han actualizado el diagnóstico de su estado de conservación.
Ambas han analizado una de las obras icónicas de la Tumba 7: el cráneo humano decorado con teselas de turquesa, representación de una deidad de la muerte, del que hicieron un diagnóstico de su estado de conservación.
Asimismo, lograron conservar y restaurar 41 huesos de águila y de jaguar sobre los que antiguos artistas mixtecos realizaron magníficas tallas con relatos jeroglíficos, signos que componen escenas en torno a la historia de los ñuu savi, el legendario pueblo de la lluvia, sus dioses y sus antepasados.
Otras obras intervenidas son dos orejeras de hueso y un collar formado por dientes, colmillos y muelas de jaguar y otros felinos. Actualmente, en los talleres de la CNCPC, en la Ciudad de México, están en proceso de restauración tres mandíbulas y dos fémures, todos ellos huesos trabajados con restos de pigmento rojo que, una vez restaurados, regresarán al Museo de las Culturas de Oaxaca.
“En cada pieza se tomaron decisiones distintas para mejorar, en lo posible, su estado de conservación. Mediante diversos métodos y materiales de limpieza, fueron removidos y eliminados los materiales ajenos que las afectaban, procesos ejecutados de manera minuciosa con la utilización de lentes de aumento y microscopio. De igual forma, se realizó un tratamiento en los huesos para recuperar resistencia y flexibilidad.
“El siguiente proceso, en las piezas que así lo requerían, fue la unión de fragmentos y el resane de grietas y faltantes para darles estructura y continuidad visual. Por último, se hizo la reintegración cromática de los milimétricos resanes para lograr una mejor apreciación de la pieza”, detalla Sara Fernández.
Para comprender la delicadeza de estos objetos, la experta explica que el hueso es un material mixto: una parte orgánica de colágeno mantiene unidas las placas de los minerales de fosfato de calcio que, a su vez, conforman a los huesos. Estos componentes se desgastan con el tiempo, volviéndose frágiles y quebradizos, pierden humedad y se resecan dando lugar a fisuras y grietas, por lo que se desprenden pequeños fragmentos.
Tras el hallazgo de las piezas, otras acciones que las afectaron fueron los marcajes de identificación (tanto de la excavación arqueológica como del inventario museográfico) hechos directamente sobre ellas; los materiales aplicados en restauraciones anteriores para unir fragmentos, resanes de áreas faltantes y barnices de protección, los cuales al envejecer produjeron una apariencia amarillenta y craquelada en las superficies; y, por último, soportes museográficos antiguos que alteraban física, química y visualmente los objetos.
La atención de esta problemática comenzó con un detallado estudio para diagnosticar el estado físico y material de cada pieza, descifrando las alteraciones ocurridas por las causas comentadas: “analizamos todas las marcas encontradas en las piezas de hueso, recreando y descubriendo la historia contenida en las formas y materiales de estos antiguos objetos”, indica Fernández Mendiola.
A través de fotografía digital también se registraron las cualidades y características específicas, como las curvaturas y grosores de los huesos, zonas frágiles, faltantes, detalles de manufactura y decoración, como restos de incrustaciones; por otra parte, el estudio radiográfico aportó un amplio panorama de su materialidad e historia. Concluido esto, siguió la restauración descrita.
Al igual que Alfonso Caso, la restauradora Sara Fernández destaca el valor iconográfico de los huesos labrados. Estas barras o láminas rectangulares, cuyos extremos terminan en ángulo, se elaboraron con las diáfisis de huesos largos de águila y de jaguar. En su cara anterior los artistas mixtecos grabaron hábilmente distintos motivos, fechas e historias en altorrelieve: las trecenas en que se dividía el calendario ritual, los signos anuales de casa, conejo, caña y cuchillo de pedernal.
También se representan con gran perfección cabezas de águila, perro, serpiente, zopilote y tigre, y personajes como la Señora 9 Caña, asociada por varios autores —entre ellos, el mismo Caso— a la diosa Tlazoltéotl, lo que ha llevado a proponer que estas láminas labradas son representaciones rituales del ‘machete’ o ‘espada’, denominado tzotzopaztli, en náhuatl, el cual sirve a la tejedora para apretar los hilos horizontales de la trama que intercala en la urdimbre. En otros escenarios, el machete se relacionó con el acto de propiciar la lluvia y como instrumento de guerra.
Sara Fernández concluye que toda la metodología de registro, estudios e intervenciones realizados a las piezas, contribuye a su entendimiento e interpretación: “estos objetos y joyas que hemos restaurado forman parte de la significativa herencia cultural de los antiguos pueblos de la Mixteca; en ellos están plasmados los conocimientos, sentimientos y valores de estas sociedades y, quizás, también las dudas y fragilidades de su tiempo y su mundo”.