Resurge el espionaje en numeros países, entre ellos Estados Unidos, Rusia y China

Un familiar problema vuelve a preocupar a los europeos: el espionaje que se ha desbordado en Bruselas, capital de la Unión Europea.

Si el antiterrorismo era el nombre del juego en las décadas de 2000 y 2010, ahora el enfoque está nuevamente en la contrainteligencia, dijeron funcionarios de seguridad.

«La sede de la Unión Europea (UE) y la capital estadounidense compiten por el mayor número de embajadas y otras representaciones del mundo», lo que a ojos de especialistas incluye a las agencias de espionaje de numerosos países, incluidos Estados Unidos, Rusia y China.

«Hay tantos problemas de espionaje que las autoridades belgas no saben por dónde empezar», dijo una fuente militar. «Bruselas está repleta de espías, pero es difícil atraparlos», indicó un reportaje de Barbara Moens en politico.com.

En Bruselas hay 26 mil diplomáticos registrados, y de acuerdo con el pensamiento de contrainteligencia convencional, cada uno de ellos es un potencial informante.

Los posibles espías lo mismo alzan la mano en las sesiones informativas de la UE, bajo la guisa de periodistas en activo, en bares y restaurantes cerca de la sede de la Comisión Europea, según una advertencia, en 2019, del personal del Servicio Europeo de Acción Exterior.

Pero ni la advertencia ni las causas son de los años 70 o los 80, años de la Guerra Fría y de realidades y paranoias en torno al espionaje soviético y de los países del Pacto de Varsovia, los alineados con la URSS.

Estos son los 2020; otro siglo, otro mundo. La Unión Soviética ya no existe, ni su cinturón de aliados –excepción hecha de Bielorrusia– y la región del Cáucaso es un pequeño mosaico de naciones.

El hecho de que la capital belga sea la sede de la OTAN, y de los órganos de gobierno de la UE tiene mucho que ver. Ambas agrupaciones comparten la oposición a la invasión rusa de Ucrania y su apoyo material.

Una segunda parte, se debe a que no hay una agencia de contrainteligencia pan-europea y por ende un escaso financiamiento para la contrainteligencia, en comparación con países como Rusia y China.

El Heraldo