Al cierre de la semana pasada, el reporte de creación de empleo en Estados Unidos no fue tan bueno como esperaban los mercados, y a eso se sumó la decisión del Banco de Japón de incrementar muy ligeramente su tasa de interés. Pero como hace tanto no lo hacían, eso hizo recordar a los inversionistas su existencia. El nerviosismo por esos datos provocó que los rumores de un enfrentamiento directo entre Irán e Israel dieran como resultado un lunes espantoso. La bolsa de Japón cayó 13%, y aunque ayer martes se recuperó un poco, sigue casi 10% por debajo del nivel que tenía el primer día del mes, es decir, el jueves.
Esa noche, del domingo a lunes, cuando el mercado de Japón se derrumbaba, el peso mexicano llegó a estar por encima de 20 por dólar. Esto no es nada raro, porque desde Japón ocurre mucho de lo que llaman los especialistas “carry trade”, que es la búsqueda del arbitraje entre divisas y tasas de interés. Ésa es la razón por la cual tuvimos superpeso: desde 2022 México elevó sus tasas de interés, con amplia ventaja frente a Europa, y nuestra moneda se convirtió en el instrumento favorito para ese tipo de transacciones: líquida, pagando una elevada tasa de interés, sin mayores riesgos a la vista, era inmejorable.
Pero ya dejó de serlo. Desde el 3 de junio, los riesgos empezaron a ser claros, incluso para quienes ni siquiera encuentran a México en un mapa. López Obrador anunció que había ganado de calle la elección, que tendría mayorías calificadas en el Congreso y, por lo tanto, modificaría la esencia del arreglo sobre el cual vivimos en México. Sus 20 reformas anunciadas el 5 de febrero se harían realidad de inmediato.
Eso provocó que el peso se convirtiera en un activo de riesgo. Mientras que en mayo un dólar costó 16.80 pesos, en promedio, para junio alcanzó 18.18 pesos. Lo más importante es que eso ocurrió mientras el dólar prácticamente no cambiaba su cotización contra el resto de las monedas. En julio, que estuvo tranquilo, ni el peso frente al dólar ni el dólar frente al resto de divisas tuvieron mucho movimiento. En los primeros días de agosto, cotizamos a 19.22 pesos por dólar, en promedio, mientras que el dólar se debilita frente al mundo entero. Dicho de otro modo, el riesgo asociado a invertir en pesos creció 8 puntos en junio y julio, y en estos días de agosto ha crecido en la misma cantidad. Hoy, el peso es 16% más riesgoso de lo que era en mayo. Por eso, los movimientos son mucho mayores que los que sufren otras monedas.
Lo que esto significa es que, así como de mediados de 2022 hasta mayo pasado teníamos un peso más fuerte de lo esperado, a partir de ahora podemos tener uno mucho más débil. Eso dependerá de la percepción general de riesgo de los mercados, que incluyen muchas cosas sobre las que no tenemos control: decisiones de otros bancos centrales, comportamiento general de las economías, conflictos abiertos, pero también incluyen cosas que sí podemos controlar: nuestra posición acerca de esos conflictos, nuestras tasas de interés y nuestra decisión de la ruta que pensamos seguir en los próximos años.
Si insistimos en defender a Maduro, acercarnos a Putin y a Xi, desaparecer órganos autónomos y destruir el Poder Judicial, no habrá manera de que los inversionistas quieran mantener sus posiciones en pesos. Dependiendo de cuántas de esas decisiones se hagan realidad, el dólar podrá estabilizarse en 20 pesos, o podrá seguir subiendo. Puesto que algunas de esas decisiones implican terminar con el T-MEC, no es posible poner un límite a la cotización.
Nada está escrito, pero todo está claro.